DATE PRISA HIJO…Había convertido mi vida en una larga lista de cosas pendientes.
Pero fui bendecido por una hijo relajado, sin preocupaciones:
Cuando llegaba tarde a algún sitio, el insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche. Cuando necesitaba parar rápidamente a comprar pan, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.
Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería parase para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos. Cuando tenía la agenda completa desde las diez de la mañana, me pedía que le dejase servirse el mismo el desayuno.
Cada vez que mi hijo me desviaba de mi horario, me decía a mi mismo: “No tenemos tiempo para esto”. Así que las dos palabras que más usaba con mi pequeño eran: “Date prisa”: “Date prisa, vamos a llegar tarde”, “Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa”, “Date prisa y cómete el desayuno”, “Date prisa y vístete”, “Date prisa y lávate los dientes”, “Date prisa y métete en la cama”…
Hasta que un día descubrí que estaba enseñando a mi hijo a no disfrutar de la vida. A no sentirla, a no vivirla.
Que simplemente la estaba enseñando a correr de un sitio a otro como hacía yo. Fue un descubrimiento doloroso. La verdad duele, pero la verdad cura… y me ayudó a acercarme al padre y persona que quería ser.
Los primeros días no fueron fáciles. Me temblaba la voz pero fui capaz de mirar a mi hijo y decirle: “Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú”.
Hoy creo que vivir de prisa no es vivir, es sobrevivir. Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida. Nadie en su lecho de muerte piensa: “Ojalá que hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las cosas que más tiempo consumen en la vida de la gente.
Hoy todo el mundo sufre la enfermedad del tiempo: la creencia obsesiva de que el tiempo se aleja y debes pedalear cada vez más rápido.
La velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importantes…
La lentitud nos permite ser más creativos en el trabajo, tener más salud y poder conectarnos con el placer y los otros.
A menudo, trabajar menos significa trabajar mejor.
Pero más allá del gran debate sobre la productividad se encuentra la pregunta probablemente más importante de todas: ¿Para qué es la vida?